Larra y Mainländer: Filosofía del desengaño
domingo, 5 de marzo de 2017
Mariano José de Larra (1809-1837)
Alemania cuenta con Mainländer como su filósofo suicida más famoso; España, por su parte, cuenta con dos autores, que compartieron con él su desesperada concepción de la vida, y pusieron fin a la misma con sendos suicidios: Mariano José de Larra “Fígaro” y Ángel Ganivet. Ganivet ha permanecido prácticamente desconocido en Alemania; en cambio Larra sí fue leído nada menos que por Schopenhauer, quien admiraba su novela caballeresca El Doncel de don Enrique el Doliente, la cual formaba parte, junto con otros muchos clásicos castellanos, de su biblioteca personal.
Tanto Larra y Mainländer fueron literatos (más Larra que Mainländer); ambos compartieron una filosofía radicalmente pesimista del mundo (más sistemática y rigurosa en Mainländer que en Larra), y ambos se suicidaron muy jóvenes (Larra a los 27 años, Mainländer a los 35). La pregunta es: ¿por qué?
En El Mito de Sísifo, Camus afirma que el único problema filosófico verdaderamente serio es el del suicidio, es decir, “juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla”[i]. Aquí sólo hay dos soluciones posibles: aceptar la vida o negarla. Pero, como muy bien supo ver Nietzsche, aceptar la vida, con todo su dolor y sufrimiento (siempre predominantes sobre cualquier alegría que la vida pueda ofrecer, dígase lo que se diga) exige una gran dosis de mentira, es decir, de autoengaño, de ilusión: la ilusión artística y la ilusión amorosa, especialmente, son necesarias para creer en el valor de la vida; en cambio, sigue diciendo Nietzsche, la voluntad de verdad, de querer conocer la verdad a toda costa, a cualquier precio, esvoluntad de muerte, porque implica siempre desengaño; y desengañarse significa levantar el falso velo que las ilusiones han tendido sobre la realidad, y enfrentarse a la fealdad, la maldad y el abismal vacío que ella se encierra. Hay que elegir, pues, entre la vida, aceptando la mentira, la farsa, la ilusión, y las engañosas apariencias, como estímulo necesario para poder vivir, o la muerte (que supone decidirnos a conocer la verdad y desengañarnos, al descubrir la falsedad de las apariencias.
Parece claro que Larra y Mainländer eligieron el camino del desengaño vital, y en su versión más radical, por suicida. Ambos elaboraron sendas filosofías del desengaño, en la que toda voluntad, incluso la más heroica voluntad de poder, termina desenmascarada como voluntad de muerte.
Dicha “filosofía del desengaño” elaborada por Larra y Mainländer consta, a mi entender de tres fases, que son tanto teóricas como vitales (porque hay que decir que tanto el pesimismo como el vitalismo, al contrario que otras muchas corrientes intelectuales son filosofías vividas, y no simples teorías que pueden exponerse asépticamente en tertulias o conferencias, sin mayor compromiso vital):
1ª Fase de la filosofía del desengaño: Se caracteriza por un intenso (Mainländer dirá “demoníaco”) amor a la vida, por la palpitante voluntad de vivir, que en casos extremados puede llegar a manifestarse como voluntad de poder (o, como deberíamos decir nosotros, españoles: fuerza de voluntad). Ese intenso deseo de vivir, de gozar, de disfrutar de todos los placeres, derrochando energía y actividad, se manifiesta, sobre todo, en el amor sexual, en el goce artístico y, en muchos casos, en la participación en la vida política, militar, etc. de un pueblo. El modelo de este tipo de individuo es Otto von Dühsfeld, el joven artista protagonista de la novela mainländeriana Rupertine del Fino (1875), o el vividor que describe humorísticamente Larra en su artículo Los calaveras (1835).[ii]
Larra señala que este vivir alegre y despreocupado está basado siempre en ilusiones, que “hacen la felicidad de la vida”[iii]. “El hombre vive de ilusiones” y “de mentira[s]”[iv], que le mantienen en una “feliz ignorancia”[v]. El propio Larra afirmará en 1833 (tiene 24 años) que no se cansa de vivir, porque la vida le permite seguir variando constantemente de experiencias.[vi] Puede decirse, pues, que el hombre está tanto más satisfecho y menos cansado de la vida, cuantas más ilusiones quedan en él.
En este sentido, Larra considera que la cultura y la educación resultan incluso perjudiciales para vivir, y por eso los animales no las necesitan; y lo mismo sucede con la mayoría del pueblo inculto de España de su época: en ellos predomina la parte corporal física sobre la moral y sublime,[vii] y por eso no necesitan leer ni escribir, ni han menester la ciencia ni el arte: les basta “la ciencia del vivir[viii], que les presta “vocación de cuerpo y alma para todo cuanto puede hacer dulce o gloriosa a vida”[ix], y por eso piensan que es mejor que no haya luz para ver, y permanecer mentalmente a oscuras[x], porque así se vive mejor.
La conclusión fatal que extrae Larra es que quienes “viven más son los tontos, porque viven de ilusiones y mentiras [,y por eso] viven tranquilos”[xi]; y también los jóvenes poetas y artistas, pues “el alma joven y poética no ve más allá de la exterioridad aparente de las acciones”[xii]. La alocada juventud y el hombre atolondrado se rigen por las pasiones, por el “deseo vividor [que se ve constantemente] reemplazado por otros y otros deseos, [que] rápidamente se suceden, sin encontrar jamás sino imperfecta satisfacción”. Tales deseos son acicates del “enemigo malo”, dice Larra, es decir, un impulso demoníaco que agita el corazón humano y le lleva a desear locamente vivir (curiosamente, cuenta Carmen de Burgos que entre los apuntes de “Fígaro” se encuentran unas notas escritas en latín, tomadas de una obra de demonología del siglo XVI[xiii], que muestran su interés por el luciferismo y el problema del mal).
Pero esos deseos, especialmente el amoroso, van llevándose una porción de nuestra vida[xiv], es decir, la van desgastando, y, además, están condenados a la decepción, porque inducen al hombre a “anhelar siempre lo que no tiene.” [xv]“¡Este es el mundo! –sentencia Larra- Todos somos por este estilo; siempre hemos de desear lo que no tenemos, [y ] lo que es ya nuestro lo despreciamos.”[xvi]
Mainländer, con su lenguaje filosófico, más sobrio, realiza un análisis semejante al de nuestro compatriota: A todos los seres subyace una “insaciable voluntad de vivir individual”[xvii], que se encuentra en permanente movimiento. En el hombre, esta voluntad de vivir, que Mainländer califica de “demoníaca” e inconsciente, se muestra en el bullir de la sangre, que inflama el corazón, y se traduce en la pasión, el sentimiento placentero de poder, y, sobre todo, el amor sexual.[xviii] Esa intensidad vital es la que caracteriza al individuo optimista, “cuya voluntad no está madura para la muerte”, de manera que “todos sus pensamientos y máximas son fruto de un ímpetu y hambre de vivir.”[xix] Todo hombre, en principio “quiere, lisa y llanamente, la vida. La quiere conscientemente y en base a un (inconsciente) impulso demoníaco.”[xx]
2ª Fase de la filosofía del desengaño: Desencanto: Consiste en comprender que esa vida tan alegre y pujante está compuesta de dos factores, que Schopenhauer y Mainländer llaman "voluntad" y "representación", y que Larra (y en general, los escritores españoles) llaman "deseo de felicidad" e "ilusión" ("mascarada", "teatro"). Tomar conciencia de que en el mundo “todo es pura representación”[xxi], es decir, ilusión, mentira y teatro, conduce a “despertar”, a darse cuenta de que detrás de esa tramoya agitada por los deseos de la voluntad no hay nada, que se trata de una representación vacía, infinitamente ejecutada ante ningún espectador (porque Dios, que era, a la vez, el autor y el espectador de la trama para los autores del Barroco, como Tirso, Calderón o Gracián, ya no existe, o se encuentra ausente). Esta fase culmina, por tanto, con el conocimiento de la verdad, y el consiguiente desengaño o desilusión. En el terreno socio-político, este desengaño se vive como conciencia de la inutilidad de las reformas políticas, o de la decadencia de la civilización.
Larra expone esta vía de la desilusión en numerosos pasajes de su obra: “¿Ya no serán los hombre malos? ¿Y será el mundo feliz? ¡Ilusiones! No, señor, ni se mudarán las cosas, ni dejarán los hombres de ser tontos, ni el mundo será feliz.”[xxii] El resultado de “profundas meditaciones filosóficas” o “metafísicas indagaciones” conduce a mirar la realidad “por dentro” y convertirse en “observador de superficies”, comprobando que “doquiera [hallamos] máscaras (…) [y] en todas partes hay máscaras todo el año”[xxiii]; pero detrás de esa mascarada, aparentemente feliz, lo cierto es uno de chasco en chasco y no se ve la felicidad por ninguna parte.[xxiv], sino el mal, que es la única verdad tangible: “Ahí donde está el mal, allí está la verdad. Lo malo es lo cierto. Sólo los bienes son ilusión.”[xxv] Al descubrirlo; al comprobar que la sociedad se rige por el más bajo egoísmo, que no es más que “una reunión de víctimas y de verdugos”[xxvi] y que “solo el dolor es real en este mundo”[xxvii], el sujeto siente cómo el fastidio se apodera de su alma, y se le pone “cara de filósofo, es decir, de mal humor”, con “una sonrisa amarga de indiferencia y despego a cuanto ve”[xxviii], porque ni “la imaginación más acalorada (…) llegará nunca a abarcar la fea realidad”[xxix], verdad que, paradójicamente, es el arte, especialmente el teatro, el que suele encargarse de desvelar a los hombres[xxx].
Comprobar que todo es “ilusión y fantasmagoría”, y que el goce se dilata indefinidamente; que “las cosas, una vez tocadas y poseída pierden su mérito”, desvaneciéndose su prestigio y rompiéndose “el velo” con que nuestra imaginación las embellecía”, llevan al hombre desengañado a exclamar: “¿Es esto lo que anhelaba?”[xxxi] Si, como hemos dicho antes, el “alma joven y poética (…) no ve más allá de la exterioridad aparente de las acciones”, el hombre maduro siente “la amargura del desengaño, la triste verdad de la experiencia.”[xxxii]
Habiendo enterrado a cada paso “una esperanza o una ilusión”, el hombre se convierte en filósofo, es decir, en alguien despierto, pero desgraciado, porque conoce la verdad[xxxiii]: que “es preciso pasar por el dolor para ir desde la cuna al sepulcro” y que todo lo rige lo que llaman Dios, pero que no es sino el Genio del Mal:
“¿Dónde Genio del mal yace escondido / Tu asolador poder que al orbe aterra? (…) / ¿Quién al destrozo universal te incita? / Sí, inmenso Dios; tu brazo poderoso / En el trastorno universal se ostenta.”[xxxiv]
El resultado es desolador: “Entramos en el mundo henchidos de esperanza: nos arrojamos llenos de alegría hacia un provenir risueño; pero cada día que pasa se borra una ilusión, huye un placer ilusorio, se presenta en su lugar la horrible realidad, y a los veinticinco años, en la flor de nuestra vida, nos hallamos solos, aislados, desengañados y abrasados de una sed devoradora de felicidad que no se ha de satisfacer jamás.”[xxxv]
Buena parte de la culpa de este desengaño hay que achacársela a la civilización, la cultura y el progreso, que matan “el encanto y las ilusiones, la pasión de un pueblo primitivo”[xxxvi] Es una ley histórica implacable la de que las civilizaciones, perdidas sus ilusiones de poder, desgastadas y caducas, entren en un proceso de decrepitud y decadencia, equivalente a gran escala al que experimenta el hombre particular[xxxvii]: así sucedió con los asirios, babilonios, persas, griegos, romanos y españoles; y así va a suceder en el futuro con la civilizada Europa, cuyo espíritu de análisis diseca la vida; y en la que las mejoras en los transportes y comunicaciones han generalizado de tal modo la lucha entre los hombres, que el mayor cansancio se ha apoderado de nuestro continente, en el cual “todo está dicho, todo está experimentado, todo está usado”. Cuando en la historia todo está encadenado por la unidad admirable que impone la ley del roce y el desgaste, el pueblo “que no desgasta diariamente con su roce superior y violento los pueblos inmediatos (…) será desgastado por ellos, [pues la] ley implacable de la naturaleza [es] devorar o ser devorado.”[xxxviii]
¿Y qué nos dice sobre todo ello Mainländer? Primero, que hemos de desengañarnos por lo que se refiere a la existencia de Dios: “Dios ha muerto –afirma rotundo- y su muerte fue la vida del mundo”[xxxix]: Llevado por el infinito hastío que ensombrecía su existencia premundana, Dios se suicidó, y el universo son los restos de su cadáver, que se van corrompiendo a lo largo del tiempo, en un proceso que está regido por la “ley del debilitamiento de la fuerza”, la cual se proyecta en la Humanidad como “ley del sufrimiento”.[xl]
Segundo: No existe el altruismo: toda conducta humana está impulsada por elegoísmo de la voluntad individual, que, impulsando al hombre a buscar su felicidad, provoca una permanente y cruel lucha por la existencia[xli]. Lo que llamamos “altruismo” no es más que un egoísmo iluminado por el conocimiento de que nos es más provechoso ayudar a los otros que dañarles, y que, incluso es mejor renunciar a la violencia y a la lucha por la vida, para encontrar la paz del corazón: es precisamente éste el mensaje transmitido, según Mainländer, por el budismo y el cristianismo.
Tercero: Es menester desengañarnos respecto de los logros del progreso y las utopías político-sociales: nada de ello nos hará más felices. Incluso si llegáramos a crear un Estado perfecto, ideal, en el que los hombres tuviesen satisfechas todas sus necesidades, “el peor mal de todos”, el aburrimiento, nos conducirá a la desesperación, porque, como afirmaba Gracián (al que cita Mainländer), es necesario tener deseos en la vida para ser feliz. Ese spleen insoportable, llevará a los hombres más civilizados, un vez disfrutados todos los placeres imaginables, a la inevitable conclusión de que “no ser es mejor que ser” y desear liberarse de la existencia.[xlii]
El continuo desgaste de las fuerzas vitales de los hombres a lo largo de la historia, provocado por la incesante lucha y el sufrimiento que esta acarrea hace que vaya debilitándose su voluntad. Hay que desengañarse: la civilización no mejora al hombre, sino que, más bien, mata la vida, dice Mainländer, y hace que los pueblos entren en irremediable decadencia, por agotamiento de sus fuerzas. Pero ese agotamiento de la voluntad se traduce en el “crecimiento del espíritu”, es decir, en un nivel cada vez más elevado de conciencia, que les lleva a los pueblos, cuando se encuentran en la cúspide de la civilización, a estar cansados de vivir, a concluir que “la vida carece de valor, (…) que es esencialmente infeliz (…) [y que] el universo carece de meta alguna.”[xliii] La civilización no es sino “el movimiento de toda la humanidad que va desde la vida a la muerte absoluta”[xliv] y que vemos cumplido en todos los pueblos dominantes de la historia.
¿Y el arte? Schopenhauer había visto en él una liberación transitoria del sufrimiento, y Nietzsche verá en él un estimulante de la vida; pero Mainländer cree que también debemos desengañarnos del arte, y no concederle un papel superior al que realmente tiene: por una parte, es verdad que el arte, cuando es ideal, tiende a suscitar en nosotros la ilusión de que hemos recuperado por un momento la armonía y felicidad de la que disfrutábamos de la existencia premundana en la unidad divina; pero, cuando así lo hace nos está engañando, porque esa existencia ideal es irrecuperable); y, por otra parte, cuando el arte es realista, como sucede con las novelas de Balzac, pone ante nuestros ojos la terrible lucha y el dolor de vivir[xlv], con lo que el arte tiene un efecto paradójico, al convertirse en la ilusión que nos hace perder las ilusiones, al hacernos conocer la verdadera realidad de la vida[xlvi]. Loable efecto, con todo, porque, desengañándonos, el arte prepara nuestro corazón para la redención[xlvii], ya que, con su refinamiento, contribuye a debilitar aún más las fuerzas de los decadentes pueblos civilizados, haciéndoles aún más insufrible la existencia. Por mi parte, creo que Nietzsche se equivoca cuando adscribe el arte a la primera opción, al ver en él un estímulo de la vida, pues, como supieron entender perfectamente Larra, Leopardi y Mainländer, el arte puede decirnos también la verdad acerca de nuestra existencia y conducirnos al desengaño (no tendríamos más que recordar dos de nuestros clásicos como ejemplo: El Mayor desengaño de Tirso de Molina, o Don Quijote, que pasa de ser el caballero del ideal ilusorio del amor y el heroísmo a caer en la melancolía y morir desengañado).
3ª fase de la filosofía del desengaño: Renuncia a la vida: Esta fase es consecuencia de la anterior, y está presidida por una creciente voluntad de muerte–voluntad que, como muy bien supo advertir Nietzsche, está siempre asociada a la voluntad de verdad-. El sujeto pretende haber juzgado la vida en su verdadero valor (nulo), y se decide a renunciar a ella, bien retirándose del mundo para “vivir muriendo”, como decían nuestros barrocos, bien renunciando simplemente a vivir, porque piensa que ya tiene suficiente, como hicieron los suicidas Larra y Mainländer.[xlviii]
Como dice Larra, el curso de las anteriores meditaciones le lleva al individuo lúcido a concluir, irónicamente, que “solo un Dios y un Dios todopoderoso podía hacer amar una cosa como la vida”, que no consiste sino en rodar dentro del mundo, “sin que sepa nadie para qué, ni adónde”, y se reduce, encima, a ser “un amasijo de contradicciones, de llanto, de enfermedades, de errores, de culpas y arrepentimientos”[xlix]. El hombre que acaba por conocer el mundo, y busca un refugio en su propio corazón, “lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos”, no encuentra en él más que el “vacío atroz de la existencia”[l], un sepulcro, donde “yace la esperanza”, y constata, estremecido, que al final de viaje de la vida no haynada.[li]
Ahora bien, Larra advierte expresamente que esta terrible conclusión no debe ser desvelada antes de tiempo a nadie, sino que él debe llegar a ella libremente y por sí mismo. En su crítica al drama de Dumas Anthony, Larra le reprocha al escritor francés haber desvelado la inanidad de la vida antes de tiempo: es un crimen arrebatar a las personas arrebatarles las ilusiones que les hacen vivir. Ya llegarán a despertar, si es que despiertan; pero desengañarles antes de tiempo y mostrarles la terrible realidad es “arrojarles violentamente en el término del viaje y quitarles la libertad”. Nadie puede ser forzado a ver la fealdad de la vida, y todos tienen derecho a disfrutar del camino y no desengañarse antes: “si al fin no hay nada, hay que buscarlo todo en el tránsito; si no hay un vergel al fin [es lícito gozar] siquiera de las rosas, buenas o malas que adornan la orilla.”[lii]
Tal era el caso del Conde de Campo Alange, muerto en plena juventud en la Primera Guerra Carlista : afortunado él, porque en la vida le hubiera esperado el desengaño y morir viviendo, de manera que murió lleno de ilusiones; pero otros, como el propio Larra, no pueden elegir, “y entre la muerte y el desengaño tienen antes que pasar por este que por aquella”, por lo que “viven muertos”, y la única felicidad que le cabe esperar es la que se halla “a la salida de este mundo”[liii], en “la paz del sepulcro ([que] es la paz de las paces)”[liv], donde podrán disfrutar de la única libertad posible sobre la tierra: la que da la muerte.[lv]
Análogas reflexiones desarrolla Mainländer, haciéndose del juicio emitido por los principales genios de la humanidad (Humboldt, Goethe), que, ilustrados por arte y la ciencia, y habiendo alcanzado el más alto grado de civilización, han “juzgado correctamente la vida” y coinciden en considerar al hombre un infeliz, para el que sería mejor no haber nacido. Los optimistas que no piensan así, sencillamente no han sufrido lo suficiente como para esclarecer su conocimiento y despertar, como hicieron el Buda y Cristo; es alguien que no está maduro para la muerte[lvi]. Pero aquel que ha superado las últimas ilusiones que servían de acicate a su voluntad, está “cansado de todo y solo quiere dormir”. Busca, pues, “la absoluta aniquilación de la muerte”, con “la certeza de que no le espera ningún estado nuevo, ni placentero ni doloroso, sino (…) la aniquilación de su ser más íntimo.”[lvii] Este es el verdadero saber, la verdadera “copa del Grial”, que le lleva al hombre a “superar el mundo”[lviii] y decidirse a dar el último paso hacia la calma total.
El suicida es aquel que “ya no es capaz de soportar el peso de la vida, que la arroja. (…) [Aquel que] ya no pued[e] soportar este salón carnavalesco (…),y [sale] por esa puerta que siempre está abierta a la noche serena. (…) [Tiene la certeza de que] más allá del mundo no hay ni un lugar de paz ni de tormento, sino solamente la nada. Quien ingresa en ella, no tiene ni reposo ni movimiento; carece de estado alguno, como en el sueño, con la única y gran diferencia de que esa ausencia de estado que es el sueño tampoco existe: la voluntad está completamente aniquilada.”[lix]
Quien llega a esta liberadora conclusión ha experimentado el último y definitivo desengaño: comprender que también la voluntad de vivir es una máscara, una ilusión y que detrás de ella se encuentra la voluntad de muerte. Claro que la vida se quiere ferozmente, locamente: deseamos vivir al máximo, y las ilusiones espolean nuestro deseo de vivir más y mejor; pero el incluso el hombre más vitalista, un verdadero demonio entregado al más desenfrenado libertinaje, no sabe que inconscientemente desea quemarse y gastar sus fuerzas mucho más rápidamente, para llegar a la meta final más pronto. Desea vivir al límite, pero detrás de su fogosa búsqueda de placeres, peligros y sexualidad desbocada sonríe el espectro de la voluntad de morir inconsciente, que le lleva a querer morir.[lx] Por eso no es raro, como subraya Mainländer, que sean muchas veces “las naturalezas más apasionadas las que (…) se convierten repentinamente en ascetas”[lxi]: porque, como dirá Freud, detrás de Eros está Thanatos, y una vida intensa es el camino más expedito para reposar en el Nirvana. Incluso el arquetipo de Don Juan recorre este camino desengañad desde Tirso a Zorrilla; si el Burlador de Sevilla, cuando le increpa su criado Catalinón, diciéndole: “Mira lo que has hecho, y mira / que hasta la muerte, señor, / es corta la mayor vida; / que hay tras la muerte imperio”, le responde: “Si tan largo me lo fías, / vengan engaños. / Yo quiero poner mi engaño / por obra, el amor me guía / a mi inclinación, de quien / no hay hombre que se resista” (El Burlador de Sevilla, III, vv. 1975-1995), Don Juan Tenorio parece anhelar al final de sus correrías el reposo de la muerte: “¡Ah! –exclama- por doquiera que fui, la razón atropellé, / la virtud escarnecí/ y a la justicia burlé. / Y emponzoñé cuanto vi, / y a las cabañas bajé, / y a los palacios subí, / y los claustros escalé; / y pues tal mi vida fue, / no, no hay perdón para mí. / (…) Dejadme morir en paz / a solas con mi agonía.” (Acto III, Escena II)
Esto es, pues, lo cierto: tanto el optimista como el pesimista, el crápula inmerso en sus orgías como el asceta, quien decide seguir viviendo como quien opta por suicidarse, ninguno puede escapar de la muerte: como reza el Passacaglia della vita compuesto por el filósofo y músico Stefano Landi a comienzos del XVII:
“Oh, come t’inganni / se pensi che gl’anni / non hann’ da finire, bisogna morire / E un sogno la vita / che par si gradita, / è breve gioire, / bisogna morire. (…) Si muore danzando, / bevendo, mangiando; / con quella carogna / morire / bisogna. I Giovani, i putti / e gl’Huomini tutti / s’hann’a incenerire, / bisogna morire. / I sani, gl’infermi, / I bravi, gl’inermi / tutt’hann’a finire, / bisogna morire.”
[i] CAMUS, A., El Mito de Sísifo, Losada/Alianza, Madrid, 1985, p. 6.
[ii] Cf. HOELL, J. Die Lust auf das Nichts. P. Mainländer Novelle Rupertine del Fino.en: Was Philipp Mainländer ausmacht, Hrs. W. H. Müller Seyfarth, Königshausen & Neumann, Wüzburg, 2002, y LARRA, M. J. Obras Completas I, Cátedra, Madrid, pp. 785 y ss.
[iii] LARRA, Teatros, OCI, p. 407.
[iv] LARRA, El Café, OC I, p. 67; Muerte del Pobrecito Hablador, OC I, p. 339.
[v] LARRA, Carta a Andrés escrita desde las Batuecas, OC I, p. 186.
[vi] LARRA, Las casas nuevas, OC I, p. 444.
[vii] LARRA, La Fonda nueva, OC I, p. 434.
[viii] LARRA, Fígaro de vuelta, OC I, p. 832.
[ix] LARRA, Don Juan de Austria, Acto I, X, OC II, p. 1123.
[x] Ibid. pp. 183, Carta de Andrés Niporesas, p. 255-256.
[xi] LARRA, Muerte del Pobrecito Hablador, OC I, p. 339.
[xii] LARRA, Vida de españoles célebres, OC I, p. 560.
[xiii] CARMEN DE BURGOS (Colombine), Fígaro, Imprenta de Alrededor del Mundo, Madrid, 119, p. 149. Francisco Umbral destaca este interés de Larra por la demonología: cf. Anatomía de un dandy, Visor, Madrid, 1999, pp. 71 y ss.
[xiv] LARRA, Los amantes de Teruel, OC I, p. 1125.
[xv] LARRA, Ya soy redactor, OC I, p. 330.
[xvi] LARRA, Siempre, Acto II, IV, OC I, p. 904.
[xvii] MAINLÄNDER, Ph., Schriften. Band I-II. Die Philosophie der Erlösung, Hrs. von W. H. Müller-Seyfarth, Georg Olms Verlag, Hildesheim/Zürich/New York, 1996, pp. 49, 157 (Filosofía de la redención, Xorki, Madrid, 2014, pp. 85, 182).
[xviii] MAINLÄNDER, PE I, pp. 62-63 (FR pp. 96-97).
[xix] PE I, p. 348 (FR, p. 359).
[xx] PE II, p. 248 (FR, p. 391).
[xxi] LARRA, Tercera carta a un liberal, OC I, p. 668.
[xxii] LARRA, El casarse pronto y mal, OC I, p. 226.
[xxiii] LARRA, El mundo todo es máscaras, OC I, p. 313.
[xxiv] LARRA, Conclusión, OC I, pp. 31, 409.
[xxv] LARRA, La sociedad, OC I, p. 701.
[xxvi] Ibid., p. 706.
[xxvii] LARRA, Don Juan de Austria, Acto III, II, OC II, p. 1147.
[xxviii] LARRA, Varios caracteres, OC I, p. 458; La educación de entonces, OC I, p. 514.
[xxix] LARRA, Un reo de muerte, OC I, p. 788.
[xxx] LARRA, Literatura, OC I, p. 842.
[xxxi] LARRA, El siglo en blanco, OC I, p. 542.
[xxxii] LARRA, Vida de españoles célebres, OC I, p. 560.
[xxxiii] LARRA, La Nochebuena de 1836, OC I, p. 109
[xxxiv] LARRA, Al terremoto de 1829, OC II, pp. 493-501.
[xxxv] LARRA, Un desafío, OC I, Acto II, II, OC II, p. 931.
[xxxvi] LARRA, Conventos españoles, OC I, p. 816-818.
[xxxvii] LARRA, Memorias del Príncipe de la Paz, OC I, p. 1074.
[xxxviii] LARRA, Horas de invierno, OC I, p. 1105.
[xxxix] PE I, p. 108 (FR, p. 137).
[xl] PE II, pp. 510-11 (FR, p. 419).
[xli] PE I,,p. 170 (FR, p. 195).
[xlii] PE I, pp. 207-208 (FR, 229).
[xliii] PE I, pp. 238, 249, 261 y 306 (FR 257, 268, 278-279 y 321).
[xliv] PE I, 312 (FR, 326).
[xlv] PE I, pp. 145-146 (FR, pp. 170-171).
[xlvi] “El genio infalible que como escritor de costumbres no dudamos en poner a la cabeza de los demás es Balzac, después de admirado el cual, pues no puede ser leído sin ser admirado, puede decir el lector que conoce la Francia y la sociedad moderna, árida, desnuda de preocupaciones, pero también de ilusiones verdadera, y por consiguiente desdichada, asquerosa a veces y despreciable, y por desgracia, ¡cuán poca veces ridícula! Balzac ha recorrido el mundo social con planta firme, apartando la maleza que le impedía el paso, arañándose a veces para abrir camino y ha llegado a su confín para ver, asomado allí, ¿qué? Un abismo insondable, un mar salobre, amargo y sin playas, la realidad, el caos, la nada.” (LARRA, Panorama Matritense, OC I, p. 1000)
[xlvii] PE I, 166 (FR I, p. 191).
[xlviii] “Si toda la vida ha de ser como la que llevo vivida, te juro que j’en assez.” (Carta de Larra a Ventura de la Vega, 3-05-1835, OC II, p. 547.
[xlix] LARRA, La vida en Madrid, OC I, p. 689.
[l] LARRA, La ausencia, OC I, p. 823.
[li] LARRA, Anthony, OC I, p. 1007.
[lii] LARRA, Anthony, OC I, pp. 1007-8.
[liii] LARRA, Fígaro dado al mundo, OC I, p. 1098.
[liv] LARRA, Carta segunda a Andrés, OC I, p. 218.
[lv] LARRA, El día de difuntos de 1836, OC I, 1089.
[lvi] PE I, p. 349 (FR, p. 359).
[lvii] PE I, pp. 311 y 224 (FR, pp. 244 y 325).
[lviii] PE I, 358 (FR 367) y PE II, pp. 3-4 (FR 369).
[lix] PE I, pp. 350-351 (FR 361).
[lx] PE II, pp. 241-242 (FR, p. 390).
[lxi] PE II, p. 211 (FR, p. 383).